- Filo: Chardata.
- Clase: Mammalia.
El elefante africano de sabana macho –el animal viviente más grande en tierra- puede llegar a medir 5 m de longitud, y pesar cerca de 9 toneladas y media. Es el más grande de las tres especies existentes.
Se caracteriza por tener patas como pilares; cuerpo grueso con espina dorsal curvada en forma convexa, orejas grandes y una cabeza pesada con una trompa larga y móvil.
El elefante africano habita en sabanas y bosques no muy densos. Estos animales viven alrededor de 60 años, más que cualquier otro mamífero, a excepción del ser humano. Los machos (y también las hembras, aunque en menor medida) crecen durante toda su vida; de esta forma un macho de 50 años es mucho más grande que uno de 20.
Quizá la característica más distintiva del elefante sea la trompa, que es una prolongación flexible del labio superior y la nariz compuesta por miles de pares de músculos, que usa como una «quinta pata» para arrancar pasto, derribar ramas, levantar troncos y rociar polvo o agua. Posee dos prolongaciones opuestas, en forma de dedo en la punta de la trompa, éstas se usan para tomar objetos pequeños.
Lo siguiente que llama la atención de inmediato son los colmillos (incisivos superiores), largos, gruesos y curvados hacia adelante, que en las hembras son bastante más pequeños.
El esqueleto consiste en huesos gruesos y pesados, que pueden soportar el extraordinario peso del animal. Las orejas grandes y en forma de abanico –que contienen una red de vasos sanguíneos- están en movimiento constante para ayudar a que pierdan calor. Cuando el elefante adopta una postura agresiva, las orejas se extienden hacia los lados.
La piel es gruesa, presenta arrugas finas y pelo muy escaso. Para mantener la piel en estado saludable, el elefante africano toma diariamente un baño de polvo. Absorbe el polvo a través de la trompa. Éste actúa como pantalla solar y protege la piel del elefante de los rayos directos del sol. El polvo también es un buen repelente de insectos, ya que impide que muerdan su piel, que es muy sensible. El elefante sopla el polvo a través de la trompa y lo deposita sobre el dorso del cuerpo y la cabeza. Los baños regulares de polvo son tan importantes como los de agua para mantener la piel en condiciones óptimas.
Puesto que necesitan cantidades considerables de alimento (un ejemplar adulto come alrededor de 160 kg de alimento diariamente) y un área grande donde encontrarlo, una manada de ellos puede causar cambios desastrosos en el medio ambiente, especialmente durante periodos prolongados de sequía. Poseen dientes grandes y prominentes (molares y premolares) para tratar su dieta principal, la que está compuesta de cortezas, hojas, ramas y pasto. Al ingerir estos alimentos, los elefantes provocan un daño enorme: sacan el pasto en manojos, rompen las ramas, desgarran la corteza y, a veces, arrancan árboles pequeños de raíz. Algunas áreas han variado desde tierras boscosas cerradas a sabanas abiertas, debido al gran número de elefantes que ha vivido allí.
A menudo necesitan complementar su dieta con sales minerales adicionales, para lo que remueven con sus largos colmillos fragmentos de suelo ricos en sal. Los jóvenes aprenden de los individuos más viejos del rebaño dónde encontrar la sal.
Además del olfato, el oído y el tacto, los elefantes reciben también bastante información por medio de vibraciones en el suelo, que recogen por la planta de los pies (éstas pueden ser emitidas por otros elefantes) por ejemplo, hembras ovulando que buscan un compañero en la época de celo, pero también identifican las primeras vibraciones de los terremotos o las que provocan los cursos de agua, en ocasiones muy alejados del animal. Esto último es de vital importancia en zonas muy secas, como el desierto de Namibia, donde los elefantes deben desplazarse a lo largo de cientos de kilómetros para encontrar lugares con agua y abundante comida.
Los elefantes viven en grupos familiares compuestos por la hembra de mayor edad y experiencia (la matriarca), y otras de diversas edades con sus crías. Para protegerse o alimentarse en áreas muy frondosas, pequeños rebaños de elefantes se pueden reunir, formando grupos de varios cientos de individuos. La comunicación dentro de un rebaño adopta muchas formas, las que incluyen vocalizaciones (algunas de las cuales se encuentran bajo el rango auditivo humano), tacto, golpes con las patas, y diversas posturas del cuerpo. Es común la conducta cooperativa, como el empleo de un sistema de vigilancia mientras se bañan.
La matriarca decide el camino a seguir y muestra a los demás integrantes de la manada todos los acuíferos que conoce y que el resto memorizará para el futuro. La relación dentro de la manada es muy estrecha, cuando una hembra pare a su cría, las demás se acercan para «saludarla» tocándole con la trompa; y cuando un individuo viejo muere, el resto lo acompaña en ese difícil tránsito y se queda junto al cadáver durante un tiempo. Los famosos cementerios de elefantes son un mito, pero bien es verdad que estos animales saben lo que es un cadáver de su especie y parecen tratarlo con respeto cuando encuentran uno durante sus viajes, aunque sea de un desconocido, rodeándole, y a veces tocándole la frente con la trompa.
Las crías de elefante son protegidas de los depredadores y otros peligros por todos los miembros del rebaño, que habitualmente son parientes sanguíneos.
El apareamiento ocurre cuando la hembra se siente preparada, algo que puede suceder en cualquier época del año. En ese momento emite infrasonidos que atraen a los machos, a veces situados a varios kilómetros. Éstos llegan en los días sucesivos a la manada y pelean cabeza contra cabeza con los demás, causándose heridas en la cara y a veces hasta partiéndose algún colmillo. El más fuerte (en caso de que la hembra lo acepte, que lo indicará frotando su cuerpo contra el de él) se aparea con ella y luego cada uno sigue su camino. Tras 22 meses de gestación (la más larga en los mamíferos), la hembra pare una sola cría de 90 cm de altura y un peso de 100 kg, que mama leche a veces hasta los 5 años de edad, aunque ya come alimento sólido a partir de los 6 meses. A los pocos días ya puede seguir a la manada, entonces la matriarca ordena que se reanude la marcha.
El elefante africano debe competir con el hombre por la tierra, pero aun cuando esto se ha convertido en un problema para este animal, el verdadero daño que les afecta, es el causado por la caza, ya que los colmillos de elefante constituyen la mayor fuente de marfil. Puesto que su periodo de gestación es de 22 meses, el número de estos animales se recupera muy lentamente.
En 1989 una quema de marfil que se mantenía en existencia en Kenia –aprobada por el gobierno- envió un claro mensaje en el sentido de que no se seguiría tolerando el comercio de este producto. En 1990 se prohibió la venta internacional de marfil, pero sigue habiendo demanda.
A pesar de las preocupaciones por la caza ilegal, en 1997 se reanudó la venta controlada en 3 países africanos, y una parte de los ingresos que se obtiene de dicha venta, se destina a fines de conservación de la especie. El CITES sigue considerando que la especie se encuentra en vulnerable estado de extinción.